Perfiles

Héctor Domingo Aguayo Olavarría

Fallido escape a Argentina

Le decían “Chachi”. Vivía en Curarrehue, donde ayudaba con las faenas del campo y, durante la temporada de estudios, en Villarrica. Toda la familia vibraba con el Partido Socialista. Héctor Aguayo Olavarría tenía 17 años al momento del Golpe de Estado. Sabiendo que los militantes de la Unidad Popular corrían peligro, intentó atravesar por un paso cordillerano a Argentina, en compañía de otros camaradas del partido. Pero no llegaron demasiado lejos.

En Curarrehue, Francisco Aguayo Gallegos, mecánico industrial y padre de Héctor Aguayo Olavarría, tenía un aserradero, tractores, máquinas trilladoras y de selección de trigo. Los dos hijos y las dos hijas de la familia vivían de marzo a diciembre en Villarrica, a cargo de la madre, Cirila Olavarría Jaramillo, para asistir al liceo mixto. Solo durante el verano se trasladaban a Curarrehue, y los hijos se sumaban a los trabajos de la trilla. Cosechaban trigo y avena. Héctor, alias “Chachi”, era el segundo hijo de los Aguayo Olavarría. Le gustaba conducir el tractor rojo; también se manejaba con la trilladora.

Chachi ayudaba en todo, según recuerda Eva, su hermana menor: cocía, cocinaba, mataba y alimentaba las gallinas, ordeñaba las vacas, se afanaba en la huerta, picaba y transportaba leña. No había que andar rogándole para que echase una mano en la casa y en el campo. Al liceo le encantaba ir impecable: a diario planchaba sus pantalones, le gustaban con la raya marcada al medio. Aunque el padre todavía creía en la enseñanza a base de correazos, algo típico de la época, Chachi a veces hacía lo suyo, a contrapelo, sin acobardarse ante las consecuencias.

Los Aguayo Olavarría tenían unos vecinos de derecha en Curarrehue. Una vez en que se hizo un asado en el gran patio de esa casa, Héctor y su hermano mayor, Ricardo, llenaron los recipientes vacíos de las vacunas de los terneros del padre, con azur para blanquear la ropa y jugo de limón. Luego se los arrojaron a los comensales de al lado, dejando un olor fétido en el ambiente.

Héctor era retraído, tal vez un poco huraño; le cargaba que le sacaran fotos, por eso solo se conservan la imagen de su cédula de identidad y dos retratos de familia en los que aparece de niño, en los años 60. Pero tenía amistades, gente del liceo y compañeros de las Juventudes Socialistas en las que militaba. Toda la familia, muy politizada, estaba comprometida con el partido.

En Villarrica frecuentaban su sede. Grandes y chicos asistían a sus actividades y a las concentraciones, la militancia se inculcaba desde la infancia en la familia. A Francisco le ofrecieron cargos políticos, pero su vocación era la del militante de base. Gregorio Seguel Capitán, el padrino de Eva, era mapuche, profesor y director de liceos; tenía vocación de líder; vivía en Temuco, pero recorría los campos discurseando en mapudungún a favor del partido, la Reforma Agraria y el gobierno de Salvador Allende. La familia Aguayo Olavarría había viajado a Temuco para ver a Allende con motivo de su última campaña presidencial. O quizá no fue en esa ocasión, a Eva hoy le cuesta precisarlo. Quizá fue cuando Allende, ya durante su gobierno, viajó a Temuco para consagrar un nuevo pacto con el pueblo mapuche.

El 11 de septiembre de 1973 la radio transmitía mensajes donde se llamaba a matar a los comunistas y a los socialistas, según recuerda Eva. El padre de Héctor, preocupado por las amenazas, tuvo una idea: sus hijos debían fondearse en Argentina. Pero las viviendas de los militantes de izquierda empezaron a ser allanadas. Al hermano de Héctor lo detuvieron en su casa, y él, que justo regresaba de ir a buscar unos zapatos, alcanzó a divisar el arresto a la distancia, logrando pasar desapercibido de milagro. El cerco se estrechaba. No había tiempo que perder. A los dos días del Golpe, Héctor intentó cruzar la Cordillera de los Andes rumbo a Argentina, junto a siete compañeros socialistas. No todos eran estudiantes. Hugo Arner González Ortega, por ejemplo, era jefe de Vías y Obras de la Municipalidad de Villarrica, y su hermano Dagoberto trabajaba como jefe de bodegas del balneario del Banco del Estado de la misma ciudad.

A sus 17 años, Héctor estaba en la mira de Carabineros por una detención anterior: lo habían arrestado junto a un grupo de comunistas por tenencia de armas. La denuncia provino de cerca: la hizo una hermana de la madre, incitada por su marido, excarabinero democratacristiano, opositor a Allende. Las armas no le eran ajenas a Héctor: su padre tenía varias destinadas a la caza.

El 13 de septiembre de 1973, Héctor y sus compañeros tomaron un microbús con destino a Curarrehue, pero decidieron bajarse antes de tiempo, porque uno de los fugitivos se arrepintió a mitad de camino y se quebró, empezando a llorar. La idea era aventurarse por un paso cordillerano del sector. El mismo 13 de septiembre carabineros los sorprendió cerca del puente del río Turbio, mientras caminaban en dirección al lago Caburgua. Solamente alcanzaron a avanzar unos ocho kilómetros a pie.

Carabineros andaba en una camioneta. Héctor la reconoció a la distancia: era el vehículo de un comerciante conocido de Pucón, dueño de una carnicería, bien acomodado con el nuevo régimen: Carlos Barra, alcalde de Pucón en democracia, por siete periodos consecutivos. Por eso Héctor no anticipó nada malo, nunca se imaginó que se trataba de una patrulla, hasta que se detuvieron junto al grupo y empezaron a interrogarlos.

En un principio, los llevaron a la subcomisaría de Pucón, para terminar en el Regimiento de Infantería de Tucapel, en Temuco, adonde recalaban, desde el mismo día 11, prisioneros políticos de distintos puntos de la región. Es errático todo lo que sigue. Primero los dejaron en libertad. Entonces, el grupo de militantes socialistas se dirigió a la salida sur de Temuco, con el ánimo de encontrar transporte para volver a sus casas. Pero los volvieron a detener al rato, antes de que lograran emprender viaje. Más tarde los enviaron a la cárcel pública de Temuco y luego los trasladaron nuevamente al Regimiento, donde ya no les ahorraron las visitas a la sala de tortura. Ahí se aplicaba corriente y se asfixiaba con bolsas de plástico. Todo esto ocurría mientras los prisioneros permanecían vendados. En Pucón, los carabineros les habían macheteado el pelo a Héctor y a sus compañeros, como solía hacerse con los delincuentes comunes, para mantenerlos siempre a tiro.

Según la versión de un conscripto de iniciales M.J.C.S, que figura en la investigación de la causa por violaciones a los derechos humanos cometidas contra Héctor y sus compañeros, consta que los fusilaron en el polígono de tiro de la Isla de Cautín. Al declarante, que reconoció a Héctor por una fotografía, le tocó cargar su cuerpo en un camión militar con las luces encendidas; presentaba múltiples impactos de bala, y estaba a cara descubierta.

También se ha logrado determinar que lo arrojaron a las aguas desde el puente del río Allipén. Su padre y su madre golpearon las puertas del Regimiento preguntando por él; en realidad las golpearon en reiteradas ocasiones, sin nunca resignarse a las negativas de los militares. Además, consultaron en la comisaría de Villarrica. Todo en vano.

El que sí se salvó fue Ricardo, también detenido en el recinto militar de Temuco, aunque en otras circunstancias: él ya se encontraba en la ciudad, estudiando mecánica en el INACAP. Estaba moribundo cuando lo liberaron.

La madre, Ricardo y sus hermanas, intimidados por la persecución política, emigraron a Neuquén, en Argentina. Inicialmente, en octubre o noviembre de 1973, partió Ricardo, a caballo, con el capataz del aserradero de su padre, por una huella que no transitaba nadie y atravesaba un cerro y unos bosques propiedad de la familia. El 31 de enero de 1975 le siguieron la madre y las dos hermanas.

Después del Golpe, los militares se instalaron en Curarrehue. Las jóvenes del lugar sentían atracción por ellos, y ellos les correspondían sin disimulo. Se armaron parejas y las escenas de seducción estaban a la orden del día. Francisco, quien también había estado preso, no quiso que sus hijas intimaran con los represores. De ahí su urgencia por sacarlas del país y mantenerlas a salvo de esas malas juntas. El asesinato del general Carlos Prats en Buenos Aires en 1974, le hizo calibrar aún mejor a la familia hasta dónde estaba dispuesto a llegar Augusto Pinochet en sus tareas de consolidación en el poder. En esa época “le salió el maligno a la gente”, dice Eva.

Allá, en Argentina, la vida se les hizo cuesta arriba, y en una cuesta muy empinada. Se instalaron en Neuquén, donde ya estaba Ricardo. Dormían en una pieza de seis metros cuadrados. Eva, la menor, nacida en mayo de 1963, empezó a trabajar en una panadería al año de llegar, sin paga, solo a cambio de pan para la casa. Muchos chilenos habían arribado a la ciudad argentina. No los recibieron con demasiado entusiasmo. Las agresiones en la escuela eran comunes. Hasta los profesores se sumaban con su cuota de humillaciones. Eva, su hermana Nelly Sara, su madre y su hermano Ricardo, durante casi un año, durmieron en una carpa prestada en un terreno que había comprado Francisco, el padre, para levantar algo más definitivo. Pensando en esos años, Eva habla de la “desintegración completa de la familia”.

Francisco nunca abandonó Chile. Se quedó en Curarrehue esperando a su hijo desaparecido, con el oído atento a los rumores, aguardando noticias suyas. Circulaban todo tipo de historias vagas, mal intencionadas, que ilusionaban y distraían al mismo tiempo: que a Héctor lo habían visto en Argentina, o bien en Canadá o en Bélgica. En las noches, la madre, cuando aún vivía en Chile, sintonizaba las transmisiones de Radio Moscú, específicamente el programa “Escucha Chile”, de Volodia Teitelboim, a la espera de noticias, de cualquier indicio, de cualquiera pista sobre el paradero de su hijo. En algún momento, a Francisco le llegó información originada entre los boteros de Villarrica: que habían visto el cuerpo de Héctor a la orilla del río Toltén, el mismo río donde Héctor solía bañarse.

En mayo y en junio de 2023 conversamos varias veces con Eva. Ella tenía 10 años al momento de la desaparición de Héctor. Después de la muerte de su madre, asumió la tarea de buscar la verdad y hacer justicia. Como un compromiso tácito con su madre, nos cuenta. A ella le tocó presentar la denuncia por presunta desgracia, testificar ante la Comisión Rettig, tomarse muestras de sangre y embarcarse en intrincados trámites judiciales. Mantiene viva la memoria de su hermano por medio del traspaso de su recuerdo a sus hijas y a sus nietos.

Es la única que conserva cosas de su hermano Héctor. Son objetos que atesora, objetos en los que nadie más se fijó, y que contempla de vez en cuando. Guarda mensajes, ocasionalmente firmados, quién sabe por qué, como “La Mano Negra”, además de un listón de la primera comunión, realizada en octubre de 1968, y una pequeña radiografía de tórax. Encontró todo en la casa de la familia en Chile, seguramente en enero de 1996, cuando por fin regresó para quedarse.

Ya instalada en el país, Eva lanzó flores al Toltén en recuerdo de su hermano, desde el antiguo puente de Villarrica, ahí donde nace el río. Las investigaciones judiciales aún no revelaban que a Héctor lo habían arrojado al Allipén, no al Toltén. Francisco murió el 11 de septiembre de 1980, todavía creyendo en la historia de los boteros de Villarrica. Por eso, antes de fallecer, pidió que cremaran sus restos y echaran sus cenizas al Toltén. Después de todo, presuntamente, ese era el último lugar donde habían visto a su hijo, sin vida. Evita insiste en esta versión de la historia: “tenía dos tiros en la cabeza y las manos amarradas con alambre de púas”.

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Créditos

PROYECTO  TRANSMEDIA VESTIGIOS | 2023

Dirección general: Viviana Flores Marín, Manuel Vicuña, Carolina Zúñiga. Edición periodística: Viviana Flores Marín. Contenidos: Manuel Vicuña. Investigación: Manuel Vicuña, Viviana Flores Marín, Carolina Figueroa, Luna Ángel, Ignacio Aguirre. Producción ejecutiva: Carolina Zúñiga. Producción periodística: Franco Galaz Botka, Luna Ángel Asistencia de Producción: Luka Montecinos. Ilustraciones: Franco Nieri. Diseño gráfico: Catalina Pérez G. Coordinación administrativa UDP: Loreto Contreras, Mónica González, Felipe Alarcón, Ingrid Pro. Asesoría jurídica y derechos de autor: Belén Catalán y Paulina Lehue, Oficina de Innovación, Desarrollo y Transferencia UDP

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CORTOMETRAJE CUADERNO DE NOMBRES | 2023

Dirección: Cristóbal León y Joaquín Cociña. Producción: Catalina Vergara. Asistencia de Producción: Nina Salvador. Guión: Alejandra Moffat, Cristóbal León, Joaquín Cociña. Texto: Alejandra Moffat. Edición: Paolo Caro Silva, Cristóbal León, Joaquín Cociña. Música y Diseño Sonoro: Valo Sonoro. Voz: Nina Salvador. Animación Estudio León & Cociña: Francisco Visceral Rivera, Trinidad Santibañez. Asistentes de animación: Francisco Paredes, Paolo Caro Silva, Isidora Rojas, Laura Donoso, Matias López, Nicole Cortéz, Nina Salvador. Animación Taller Balmaceda Arte Joven: Valeria Manríquez, Catalina Huala, Celeste Chavez, Fernanda Valenzuela, Valbort Esparza, Michelle Aubry, Aielen Hurtado, Jalile Soto, Daniel Vásquez, Annais Josefa Aguilar, Josefina Acevedo, Carla Salgado, Alison Castro, Varinthia Ruiz-Tagle, Matías López, Josefa Mujica, Paz Marín, Daniel Vasquez. Postproducción de imagen: Cristóbal León, Joaquín Cociña. Coro: Valeria Manríquez, Catalina Huala, Celeste Chavez, Fernanda Valenzuela, Valbort Esparza, Michelle Aubry, Aielen Hurtado, Jalile Soto, Daniel Vasquez, Annais Josefa Aguilar, Josefina Acevedo, Carla Salgado, Alison Castro, Varinthia Ruiz-Tagle, Matías López, Josefa Mujica, Paz Marín, Daniel Vasquez, Nina Salvador, Cristóbal León, Paolo Caro Silva, Francisco Visceral, Trinidad Santibañez. Grabación de voz: Felipe Rivera. Títulos y créditos: Cristóbal León, Joaquín Cociña. Basado en la investigación de: Viviana Flores Marín, Manuel Vicuña y Carolina Zúñiga, Centro para las Humanidades y Laboratorio Digital Universidad Diego Portales. Producen: Diluvio, Globo Rojo Films, Universidad Diego Portales. Coordinación Taller Balmaceda Arte Joven: Ximena Zomosa y Joss Faúndez Silva. Making of: Francisco Paredes

Agradecimientos

INSTITUCIONES

Subsecretaria de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia, Fundación de Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad, Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos de Santiago y regiones, Centro de Derechos Humanos UDP, Observatorio de Justicia Transicional UDP, Clínica Psicológica UDP, Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas, Memoria Viva.

PERSONAS

Rosemarie Bornand,  María Luisa Sepúlveda, Eugenio Tironi, Jorge Bande, Cristóbal Jimeno, Alfredo Joignant, Claudio Fuentes, Lidia Casas, Cath Collins, María Paz Vergara, Nicole Drouilly, María Luisa Ortiz, Claudio Gonzalez, Sandro Gaete, Paulina Zamorano, Gloria Ramírez, Víctor Maturana, José Araya, Juan René Maureira, Patricia Jara, Carlos Maureira, Adil Berkovic, Diego Cabezas, Teresa Retamal, Rosa Pino, Alicia Lira, Vilma Salazar, Paulina Núñez, Carmen Arévalo, Mariana Barahona, Macarena Fernández, Patricio Cuevas.

Ana Cabezas, Tina Escanilla, Juana Mora, Lorenza Cheuquepán, Viviana González, Nora Martínez, Ana María González, Alicia Santander, Ana María Carreño, Yohanna Libante, Francisca Santana, Franchesca Álvarez, Clementina Miranda, Mariana Álvarez, Roberto Álvarez, Evita Aguayo, Claudia Ascencio, Conraína Solis.