Perfiles

Óscar Hernán Enrique Miranda Segovia

El suplementero y lustrabotas de Melipilla

Se ganaba la vida haciendo de todo: especialmente trabajando como suplementero y lustrabotas, pero también como ayudante en una ferretería y aprendiz de albañil. Huérfano, vivía junto a familiares en Melipilla. Óscar Hernán Enrique Miranda Segovia tenía intenciones de probar suerte en Argentina. Un mínimo altercado en la calle con un médico de carabineros acabó con él golpeado y detenido. Desde ese día, el 17 de octubre de 1973, Hernán, de 17 años de edad, figura como desaparecido. Su hermana, Clementina, intentó una y otra vez conocer su paradero. Los carabineros le decían que mejor lo buscara en una “casa de remolienda”, no en la comisaría.

A Óscar Hernán Enrique Miranda Segovia le decían Enrique en la familia, aunque en broma le llamaban el “Lacho del Turín”, un tipo de jamón del cual era fanático. Tenía 17 años, hablaba gesticulando, se peinaba con copete, era empeñoso y no militaba en ningún partido político. Trabajaba de suplementero del kiosco de un primo, repartiendo periódicos a domicilio en una bicicleta roja de un pariente y también aumentaba sus ingresos lustrando botas y como aprendiz de albañil. 

Vivía en Melipilla con su hermana Clementina, su cuñado y su sobrina Franchesca, que hoy lo recuerda como un buen tío, tierno y protector, con una pinta roja en un ojo, y una negra en el otro, detalle que lo hacía verse “buenmozo”, sobre todo cuando el pelo lacio le caía en el rostro y con un gesto característico suyo, se lo echaba para atrás delicadamente. Era muy apegado a su hermana, tal vez porque ambos habían perdido a su padre y a su madre, y ella, mayor, en el fondo lo cuidaba con cariño. Eran dos huérfanos que se apañaban.

De Enrique solo se conserva una foto deteriorada y un destapador con forma de martillo hecho de bronce, al cual algunos miembros de la familia le llaman el “martillo de Thor”.

El martillo es un objeto sagrado y profano a la vez. Enrique se lo había regalado a Clementina, quien lleva décadas cuidándolo como hueso santo, porque lo encuentra el objeto que materializa la presencia de su hermano. 

Pero el martillo también ha sido un objeto familiar, usado como herramienta, por ejemplo, para reparar una cuna, por Franchesca, hija de Clementina, y su prole. Clementina, también conocida como la “Chola”, era una mujer analfabeta que en tiempos de cosecha de la fruta se dedicaba a limpiar peras, y en otras temporadas a trabajar en un restaurante. Siempre anda urgida ante la posibilidad de la pérdida del martillo por culpa de sus herederos atolondrados. Acostumbra a lucirlo arriba de los muebles de su casa e incluso lo deposita en el velador junto a su cama. 

Aunque también lo usaba como arma arrojadiza: cada que vez que una hija o hijo la sacaba de quicio se los tiraba sin medir las consecuencias, y no había más que “apretar cachete”, como dice Franchesca. Con ese martillo han jugado las hijas de Clementina, lo mismo que sus nietos y bisnietos. Es un objeto reliquia y, al mismo tiempo, un instrumento o herramienta de uso cotidiano. Clementina cuida el martillo, siempre está preocupada de que no se pierda, pero a la vez alienta a su familia a relacionarse con él, como si fuera una manera de transmitir la memoria de Enrique entre todas las generaciones de la familia. 

A Enrique lo recuerda seguido. Para su cumpleaños, obviamente. Pero también cada martes y viernes de todas las semanas. En esos días, le prende velas en la mesa donde está su foto, confiada en la ayuda de las animitas y de san Expedito, de quien tiene una imagen presidiendo la escena. Su hija Franchesca ya perdió la cuenta de todas las veces en que ha escuchado a su madre lamentarse por no poder darle “cristiana sepultura” a su hermano, por no tener un lugar donde llevarle flores, por no saber nada sobre su paradero y su final y no contar con osamentas.

Como en el caso de otras familias de detenidos desaparecidos, el Informe Rettig juega un papel importante en el duelo de los Miranda Segovia. Ahí, en papel, con la impronta de un documento de Estado, está condensada la historia trágica de Enrique, el reconocimiento oficial de su calidad de detenido desaparecido. Hablan del “libro” como si se tratara de un texto cuya solidez le aporta reconocimiento público a su dolor de décadas, vivido en privado, de espalda a la comunidad de Melipilla, donde el caso de Enrique permaneció durante demasiado tiempo silenciado. 

El 17 de octubre de 1973, como todos los días, Enrique recorría la ciudad en bicicleta, por una calle del centro de Melipilla. De repente una camioneta Chevrolet de color blanco que avanzaba contra el tránsito en pleno día lo topó y lo arrojó al suelo. Enrique reaccionó así: garabateando al conductor, que resultó ser un médico de carabineros, Bernardo Purto. Después Enrique tomó la bicicleta y continuó su camino, pero fue interceptado por hombres de civil en un auto rojo. Se bajaron del vehículo y lo golpearon entre todos en la esquina de Pardo con San Miguel. Luego lo subieron al auto y partieron con rumbo a la comisaría de Melipilla. La bicicleta roja la cargaron en el pick up de la camioneta de Purto. 

Clementina se dirigió a ese recinto con el ánimo de obtener información sobre su hermano. Le negaron que estuviese detenido. Los registros no consignaban su nombre. No conforme con eso, volvió una y otra vez. Un carabinero apostado en la puerta de la comisaría ni siquiera la dejaba entrar al lugar, y siempre le impidieron hacer una denuncia por presunta desgracia. Franchesca, en ese entonces una niña de 9 años, a veces acompañaba a su madre. 

Una vez un carabinero le cargó el cañón de la metralleta en el pecho para intimidar a Clementina y así espantarla del lugar. La memoria corporal de Franchesca aún recuerda esa presión en el pecho, el miedo que la invadió y el temor a que las metieran presas por insistentes.

Ante las preguntas de Clementina, siempre las mismas respuestas: los carabineros le decían que quizá Enrique había abandonado el país dirigiéndose a Argentina, pero Enrique no tenía la cédula de identidad necesaria para emigrar. No la tenía, pero sí la quería sacar para irse a Argentina a trabajar, por un ofrecimiento que le había hecho uno de los hermanos Romanini, Ítalo o Hugo, dueños de una ferretería en Melipilla, en la cual Enrique prestaba ayuda cuando podía.

Además, para sacarse de encima a Clementina, los carabineros le comentaban que lo mejor era buscarlo en las “casas de remolienda”, que andaba encamado con una prostituta, enredado en las sábanas. En otras ocasiones, le aseguraban que estaba vivo pero que había sido expulsado de Melipilla, ciudad a la que tenía prohibido regresar, como si fuera un apestado que ponía en riesgo a la población. Tampoco faltó quien le sugirió a Clementina que su hermano estaba detenido en Tejas Verdes. Para allá partió ella, más de una vez, acompañada de Franchesca. De nuevo, no obtuvo información sobre el paradero de su hermano, que se había hecho humo. Después supo por un testigo que el 18 de octubre, de madrugada, lo habían sacado de la comisaría con destino desconocido. Clementina tampoco se ahorró una visita a la cárcel de Melipilla.  

Tal vez al día siguiente de la detención de Enrique, Clementina y Franchesca visitaron a Purto en su casa, que vestía la bata blanca de los médicos, sin abotonar. Las recibió en su despacho, débilmente iluminado y, recuerda Franchesca, decorado con una pistola que descansaba sobre el escritorio. El hombre no las ayudó en nada y además responsabilizó a Enrique de lo sucedido. Clementina buscó a su hermano por la zona de Melipilla, donde se encontraron cuerpos y osamentas, en un clima de rumores sobre lugares clandestinos de entierro. Clementina se negaba a creer en la muerte de Enrique. Los carabineros, aunque casi no le dirigían la palabra, le recordaban a su hermano bastante seguido, porque hasta los años 90 usaron la bicicleta roja en la que andaba Enrique para repartir citaciones en Melipilla. 

De pie: Roberto, Franchesca y Mariana, hijos de Clementina. Sentada: Clementina junto a la foto de su hermano Enrique. Créditos: Carolina Zúñiga.

Un día, nos cuenta Franchesca, cuando acompañó a su hermano, que tenía una fractura, al hospital, se cruzó con un médico calcado de Enrique. Quedó de una pieza. Era como su tío de grande. “Pero si es el Enrique”, se dijo, es como su “otro yo”. Tenía la misma estructura ósea y movía las manos para hablar con la misma gestualidad de Enrique. Estuvo tentada de preguntarle si era Enrique, pero se inhibió, turbada por la situación. Era improbable que un joven pobre, que había pasado una temporada en un hogar de menores de Santiago, haya culminado la carrera de medicina, en un Chile donde la universidad reproducía a las élites de sectores medios y altos. 

Clementina tenía 26 años y estaba embarazada de su hija Luisa al momento de la desaparición de Enrique. Cuando se estableció la Vicaría de la Solidaridad, ella visitaba su local. Nunca participó de las reuniones de los familiares de los detenidos desaparecidos, “yo andaba con mi guata en la boca”, dice, totalmente sobrepasada por la situación. Partía a Santiago desde Melipilla sin un peso en el bolsillo, por eso caminaba desde la Estación Central al sector de la Plaza de Armas, donde estaba la Vicaría, y luego de regreso. Más tarde le hicieron exámenes de ADN. ¿Resultado de todas las gestiones? Ninguno. A veces Clementina, atacada por la melancolía, dice: “ay, estoy tan cansada que me gustaría cerrar los ojos y no despertar más”.

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Créditos

PROYECTO  TRANSMEDIA VESTIGIOS | 2023

Dirección general: Viviana Flores Marín, Manuel Vicuña, Carolina Zúñiga. Edición periodística: Viviana Flores Marín. Contenidos: Manuel Vicuña. Investigación: Manuel Vicuña, Viviana Flores Marín, Carolina Figueroa, Luna Ángel, Ignacio Aguirre. Producción ejecutiva: Carolina Zúñiga. Producción periodística: Franco Galaz Botka, Luna Ángel Asistencia de Producción: Luka Montecinos. Ilustraciones: Franco Nieri. Diseño gráfico: Catalina Pérez G. Coordinación administrativa UDP: Loreto Contreras, Mónica González, Felipe Alarcón, Ingrid Pro. Asesoría jurídica y derechos de autor: Belén Catalán y Paulina Lehue, Oficina de Innovación, Desarrollo y Transferencia UDP

SITIO WEB VESTIGIOS

Edición web: Fernando Morales. Diseño web: Catalina Pérez G. Fotografías: Luka Montecinos, Viviana Flores Marín, Carolina Zúñiga, Javiera Neumann, Franco Galaz, Luna Ángel

VIDEOINSTALACIÓN INMERSIVA VESTIGIOS

Formato y programación: Studio Distil Immersive, John- Paul Marín y Matt Smith. Producción general exposición: Centro Cultural La Moneda (CCLM). Coordinación general e investigación testimonial: Viviana Flores Marín, Carolina Zúñiga Dirección de fotografía: Diego Pequeño. Sonido directo: Juan Pablo Manríquez. Coordinador unidad audiovisual UDP: Cristián Peralta. Maquillaje y pelo: Julio Olguín. Iluminación: Jorge Contreras Rivas y Jorge Contreras Peñailillo.  Making of: Equipo de estudiantes Vergara 240, Francisco González, Benjamín Puentes, Javiera Larrondo, Antonella Cicarelli, Nicol Calfiqueo y Leonel Lillo. Montaje Making of: Javier Bascuñán

CORTOMETRAJE CUADERNO DE NOMBRES | 2023

Dirección: Cristóbal León y Joaquín Cociña. Producción: Catalina Vergara. Asistencia de Producción: Nina Salvador. Guión: Alejandra Moffat, Cristóbal León, Joaquín Cociña. Texto: Alejandra Moffat. Edición: Paolo Caro Silva, Cristóbal León, Joaquín Cociña. Música y Diseño Sonoro: Valo Sonoro. Voz: Nina Salvador. Animación Estudio León & Cociña: Francisco Visceral Rivera, Trinidad Santibañez. Asistentes de animación: Francisco Paredes, Paolo Caro Silva, Isidora Rojas, Laura Donoso, Matias López, Nicole Cortéz, Nina Salvador. Animación Taller Balmaceda Arte Joven: Valeria Manríquez, Catalina Huala, Celeste Chavez, Fernanda Valenzuela, Valbort Esparza, Michelle Aubry, Aielen Hurtado, Jalile Soto, Daniel Vásquez, Annais Josefa Aguilar, Josefina Acevedo, Carla Salgado, Alison Castro, Varinthia Ruiz-Tagle, Matías López, Josefa Mujica, Paz Marín, Daniel Vasquez. Postproducción de imagen: Cristóbal León, Joaquín Cociña. Coro: Valeria Manríquez, Catalina Huala, Celeste Chavez, Fernanda Valenzuela, Valbort Esparza, Michelle Aubry, Aielen Hurtado, Jalile Soto, Daniel Vasquez, Annais Josefa Aguilar, Josefina Acevedo, Carla Salgado, Alison Castro, Varinthia Ruiz-Tagle, Matías López, Josefa Mujica, Paz Marín, Daniel Vasquez, Nina Salvador, Cristóbal León, Paolo Caro Silva, Francisco Visceral, Trinidad Santibañez. Grabación de voz: Felipe Rivera. Títulos y créditos: Cristóbal León, Joaquín Cociña. Basado en la investigación de: Viviana Flores Marín, Manuel Vicuña y Carolina Zúñiga, Centro para las Humanidades y Laboratorio Digital Universidad Diego Portales. Producen: Diluvio, Globo Rojo Films, Universidad Diego Portales. Coordinación Taller Balmaceda Arte Joven: Ximena Zomosa y Joss Faúndez Silva. Making of: Francisco Paredes

Agradecimientos

INSTITUCIONES

Subsecretaria de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia, Fundación de Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad, Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos de Santiago y regiones, Centro de Derechos Humanos UDP, Observatorio de Justicia Transicional UDP, Clínica Psicológica UDP, Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas, Memoria Viva.

PERSONAS

Rosemarie Bornand,  María Luisa Sepúlveda, Eugenio Tironi, Jorge Bande, Cristóbal Jimeno, Alfredo Joignant, Claudio Fuentes, Lidia Casas, Cath Collins, María Paz Vergara, Nicole Drouilly, María Luisa Ortiz, Claudio Gonzalez, Sandro Gaete, Paulina Zamorano, Gloria Ramírez, Víctor Maturana, José Araya, Juan René Maureira, Patricia Jara, Carlos Maureira, Adil Berkovic, Diego Cabezas, Teresa Retamal, Rosa Pino, Alicia Lira, Vilma Salazar, Paulina Núñez, Carmen Arévalo, Mariana Barahona, Macarena Fernández, Patricio Cuevas.

Ana Cabezas, Tina Escanilla, Juana Mora, Lorenza Cheuquepán, Viviana González, Nora Martínez, Ana María González, Alicia Santander, Ana María Carreño, Yohanna Libante, Francisca Santana, Franchesca Álvarez, Clementina Miranda, Mariana Álvarez, Roberto Álvarez, Evita Aguayo, Claudia Ascencio, Conraína Solis.